martes, 10 de noviembre de 2015

(1) Por la costa norte de Portugal

Un grupo de amiguetes decidimos explorar un viaje en autocaravana de corta duración por aquello de conocer el sistema y valorar la posibilidad de uno mayor en otras latitudes al que llevamos tiempo dándole vueltas. Por este motivo, el 6 de noviembre iniciamos la excursión en Gondomar, donde alquilamos dos de los tres vehículos que utilizamos en la excursión a la casa Batelarea .  En esta foto estamos a punto de salir de las instalaciones junto con el propietario, amigo de Álvaro, que nos facilitó mucho todo.


La tercera autocaravana pertenece a Álvaro y Beni, precisamente los organizadores del paseillo.
 

En realidad, no todos empezamos esa tarde. Dos de los viajeros, Oga y Víctor, venían de Las Palmas y no fue posible encajar vuelo y salida. Por tanto, seis salimos ese viernes con las dos autocaravanas de alquiler y los cinco restantes se sumaron a primera hora de la mañana siguiente en Viana do Castelo.



Esa primera noche no tuvimos demasiada suerte, aunque según como se mire. El lugar que Álvaro había previsto para estacionar los vehículos (41º41'41"N 8º49'9"W), una amplia explanada en la zona portuaria de Viana, estaba salpicada de charcos. 

 
Había llovido con intensidad los días anteriores y ese era el resultado. Consecuencia, era casi imposible no manchar el interior por mucho cuidado que pusiéramos. Hay que tener en cuenta que era la primera vez para todos (menos Álvaro) en una autocaravana y eso pasa factura. No estábamos habituados a compartir un espacio ajustado, incluso muy ajustado, instalar allí tus cosas, moverse cuatro personas, organizarse para dormir, etcétera. Precisa práctica y periodo de adaptación. Los autocaravaneros expertos se reirán, pero este primer día, como en cualquier actividad novedosa, es siempre un momento complicado y nosotros no fuimos la excepción. Con el paso de los días esas primeras sensaciones desaparecieron.


Como contrapartida, Álvaro nos guió esa primera noche de manera adecuada, una vez que pusimos pie en tierra, dirigiendo nuestros pasos hacia A Tasquinha da Linda, un restaurante situado junto al puerto que ofrece pescado del día. Resultó estupendo.



A la mañana siguiente, ya completado el grupo, después de un buen desayuno en la plaza de Viana y de hacer el primer habituallamiento en un super, pusimos nuestro pequeño convoy de autocaravanas en marcha en dirección a Aveiro, ciudad donde tienen su propia versión de las góndolas y los gondoleros. 
 

Con anterioridad al viaje habíamos repartido mediante sorteo vehículos, camas y tripulantes para objetivarlo al máximo. 


Con este sistema se evita cualquier debate y todo es cuestión de suerte. 



Si los días anteriores habían sido lluviosos, ese sábado amaneció luminoso y soleado, y así fue toda la semana. 



En Aveiro estacionamos en un aparcamiento amplio y cómodo situado junto a la carretera de entrada (40º38'33"N 8º39'21"W) y después también tuvimos suerte con el xantar. Recalamos en un restaurante de la zona peatonal de esta bonita ciudad, O Legado da Ría, donde la mayoría se decantó por el bacalao, que estaba magnífico.



La primera parte de la tarde la dedicamos a dar un largo paseo junto a los canales.



Estaba todo muy animado en una jornada de sábado bastante luminosa.



En uno de los puentes del canal mantienen la fórmula de exteriorizar el amor y ensalzar la amistad de manera pública, aunque han sustituido los candados por lazos.


Con la tarde avanzada cogimos nuestros hoteles ambulantes para dirigirnos a Figueira da Foz, concretamente a la costa de Lavos, a una hora aproximada de distancia.



Las tres autocaravanas en formación, siempre en el mismo orden, prosiguieron su recorrido lusitano. Empezábamos a coger soltura los novatos mientras los expertos, Álvaro y Beni, se acostumbraron a dirigir el equipo. 


Llegados a ese pueblo litoral, estacionamos los vehículos en una zona especialmente preparada para autocaravanas, junto a la playa (40º05'16.9"N 8º52'31.8"W), dimos una vuelta y encontramos un barco en una rotonda que a los vigueses nos llamó la atención por asuntos polémicos de la historia reciente de la ciudad. 



El paseíto nocturno incluyó una cervecita en un bar y el disfrute de la compañía de tantos amigos.


Tras un refrigerio informal en el exterior de las autocaravanas, a dormir.


En Lavos tienen un amplio espacio muy bien acotado para estos vehículos, y pese a lo tardío de las fechas no éramos los únicos usuarios.
 


Y en las inmediaciones, a solo un par de minutos, una enorme playa casi salvaje.


Los que madrugaron tuvieron derecho a un placentero paseíto mañanero y después, vuelta a la ruta. El plan previsto era dirigirnos hacia el sur, a Baleal, en Peniche, y allí nos encaminamos. Es el paraíso luso del surf, que algunos ya conocíamos .


Estacionamos en un amplio aparcamiento en medio de otras muchas autocaravanas y nos dirigimos a la pequeña península de Baleal, unida a la costa por una lengua de tierra. Allí el viento es omnipresente, pero ese día se había tomado un descansito.



Los forofos/as del café tenían mono, y añorar esta infusión en Portugal es un pecado, así que resolvimos en esta taberna.


Una de las playas estaba salpicada de gente con neoprenos y tablas.


Es una zona muy turística debido a la avalancha de practicantes de surf que allí acuden, incluso en temporada baja.



Por ello, la mayoría de las casas son apartamentos de alquiler, hotelitos, alojamientos diversos, tiendas, restaurantes y similares.


Y además del surf, es una zona de gran belleza, y como prueba estas gigantescas lajas de piedra que decoran la parte final de la casi isla, que dirían los franceses. Unos cuantos no resistiron la tentación y decidieron darse un baño reparador. El agua, según parece, estaba a una temperatura magnífica.


Al mediodía estábamos citados con Paloma, la sobrina de Ana y Juanma que lleva más de un año establecida aquí como encargada de una tienda de productos de surf y de un hostel, vinculados a una escuela de referencia en la zona, Alex surf school.


Comió con nosotros en la terraza del Algamar,  y nos contó lo bien que se encuentra en su nueva actividad.


Tras un último vistazo a la magnífica playa, vuelta a las autocaravanas camino de la vecina Óbidos.


Antes de recorrer Óbidos, ya cayendo la tarde, nos instalamos en un amplio párking para autocaravanas (39º21'22.79"N 9º09'23.98"W) debajo del viaducto a la entrada de la villa. 


Es un lugar histórico, que atrae muchos visitantes. Por eso al lado hay también un gigantesco aparcamiento para vehículos en general.
 


De Óbidos no hay que entrar en muchos detalles. Es una de las siete maravillas de Portugal y clasificado como monumento nacional desde el 2007.


Hay una calle comercial, llena de tiendas y restaurantes, que la recorre por su parte más ancha y que es el eje de la ciudad.


No fuimos en el mejor día, un domingo y más bien tarde, pero era como encajaba en nuestro viaje.



Vimos lo que pudimos, incluidas sus torres y murallas medievales y tuvimos la suerte de experimentar como la luz iba desapareciendo y Óbidos se encendía  progresivamente . Un lugar realmente atractivo.



Nos llamó la atención una iglesia reconvertida en biblioteca. 



Según caía la tarde, el castillo situado en el punto más alto del recinto amurallado, y que acoge una pousada, resultaba todavía más imponente.


Aunque lo que subsiste es una ciudad medieval, tiene orígenes romanos.



El recinto amurallado luce ahora muy cuidado, pero un terremoto le originó importantes daños en 1755, y no fue restaurado hasta el siglo XX. El acueducto junto al que dormimos es del siglo XVI y se construyó para llevar agua a las fuentes de la ciudad.




Dejando un poco las cuestiones turísticas, en el plano autocaravanero a estas alturas ya nos íbamos soltando. Si bien no cocinábamos , por la mañana preparábamos (Beni hacía varias cafeteras) café para el desayuno, tostadas y demás vituallas, y ya le empezábamos a coger el tranganillo a la ducha, WC y lavabo, cuestiones todas ellas de la máxima relevancia para la vida diaria.


Las caravanas eran todas similares, pero con ligeras diferencias. Abajo se ve el interior de una de ellas, con la cama delantera bajada, lo que obliga a plegar los asientos del conductor y copiloto.



En la imagen inferior, la cama trasera, fija y rodeada de armaritos y cajones. A las dos se accedía por una escalerita, que durante el día se guardaba en un compartimento ad hoc.


En la foto siguiente, Álvaro  vacía el depósito de las aguas negras que, en realidad, y merced a un producto químico que las degrada, suelen ser azules o verdes. Un pilotito avisa cuando está lleno, y la operación se ejecuta en depósitos conectados al saneamiento en cámpings o párkings para autocaravanas. Es sencillo y no tiene problema. Hay otro depósito para las aguas grises (ducha, lavabo y cocina) que se vacía también en lugares habilitados o en alcantarillas. 



La tercera operación imprescindible es llenar el depósito de agua. Al margen, el tema de la luz, con baterías y en los cámpings conectándote a la corriente general, lo que permite gastar energía sin preocupaciones.


Disfrutando del paisaje, cigüeñas incluídas, salimos hacia la península de Troia, al sur de Lisboa, siguiente etapa.


En esta zona hay arrozales, y de hecho Álvaro tenía previsto llevarnos a comer al Museo del Arroz. pero resultó que estaba cerrado...


Contemplamos extensiones de arrozales y, al estar cerrado el museo, nos dirigimos a la cercana playa de Comporta.


El día era espectacular y nos quedamos en el chiringuito que encontramos allí, Ilha do Arroz, de los mismos dueños que el museo (38º22'51"N 8º48'11"W). 


Era una establecimiento de nivel, con zona chill out.


Frente a una playa maravillosa de  60 kilometros. 



Hacía tan buen tiempo que decidimos modificar nuestros planes y quedarnos allí a dormir y no en la explanada para autocaravanas existente en el centro del pueblo. En el restaurante probamos varios tipos de arroces, muy ricos, aunque no fue barato.


Y ya de tarde hubo tiempo para el baño, un chapuzón genial casi a mediados de noviembre en una playa brava portuguesa, lo que en verano cuesta por el viento y las olas. El día casi lo exigía.


A la caída de la tarde calibramos que la decisión de dormir junto a la playa había sido adoptada de forma algo precipitada. No estábamos solos: había miles, millones quizás de compañeros incómodos conocidos comos mosquitos... Así que cogimos los vehículos (ventajas de los hoteles rodantes) y para el centro del pueblo (38º22'39.7"N 8º47'07.8"W). Eso sí, disfrutamos de una maravillosa puesta de sol sobre el océano .


Como turistas al uso, paseo por el pueblo, cañitas...


deportes varios....


...más deportes


De vuelta a nuestros habitáculos tomamos una cena de trámite al aire libre y en ese rato tuvimos un pequeño incidente, como fue que las llaves de una de las autocaravanas quedó dentro y cerramos la puerta sin darnos cuenta. Rato de sofoco, gestiones y, al final, un habilidoso, de profesión cirujano, resolvió la papeleta. Pagamos la novatada y lo tuvimos muy presente el resto del viaje.


A la mañana siguiente, ya martes, el problemilla (así se le llama cuando está resuelto, no antes) se había olvidado. Seguíamos teniendo un tiempo de maravilla y tomamos la decisión de encaminar nuestros pasos a las aldeas históricas que circundan Guarda.  


Como no todo va a ser conducir y viajar, a mitad de etapa Álvaro y Beni nos llevaron a comer leitao (lechón) a Mealhada. 




Excuso decir que el resturante previsto en el plan tenía por costumbre cerrar los martes, lo que ya iba convirtiéndose en tendencia en este viaje, y hubo que recurrir al plan B, que no es otro que elegir un restaurante alternativo, A Meta dos Leitoes. No notamos el cambio: nos gustó.


Después de comer seguimos viaje a Guarda pues fue una tiradita desde Comporta, pero a ello dedicamos la jornada.


Nos instalamos en el cámping municipal situado en un parque con grandes pinos en el centro de la ciudad (avenida do Estadio Municipal).


Después, ya de noche, recorrimos el casco histórico de Guarda. No había mucha gente por la calle pues la caída del sol te recuerda de golpe que es noviembre, y en el interior montañoso más, pero lo disfrutamos.

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